O como montarse una erasmus en Francia

lunes, 29 de septiembre de 2008

El vaquilla

Alegre bandolero, así me sentí yo la noche del miércoles pasado. La historia comienza cuando quedamos a tomar algo por el río, porque los miércoles la verdad es que no es un día de fiesta, aunque el bar de los bares, el Chez Tonton abre todos los días. Lógicamente fuimos allí, tres de los que viven en la isla, cinco chicas que viven por el centro, conocidas como las arquitectas aunque no todas ellas lo sean, y yo. Quiero recalcar la importancia que tiene para mí la llegada de un chico por fin, estar rodeado de faldas todo el día no es que sea malo pero por fin alguien me comprende cuando elijo en que caja pagar en el súper (recuerda el criterio, pipo).
El caso es que como son nuevos en la ciudad, querían probar la bebida típica de aquí, el pastis. Es una especie de anís que se mezcla con agua y sirope de granadina o de menta y que sabe a mierda. Pues entre 9 nos largamos una botella. Obviamente los efectos fueron devastadores, pero omitiremos esa parte.
Cuando ya los de la isla y yo íbamos andando para casa y nos encontramos dos neveras y un congelador en la calle. Obviamente era para que alguien las recogiera, y ese alguien pasó a tener nombre español. Pero teníamos un problema, eran dos neveras, la isla está a media hora andando y Nacho y yo no podíamos coger cada uno una nevera, porque las chicas (Yan y Piedad, poco a poco os sonarán los nombres de todos) no aguantaban el peso. Fue entonces cuando se le iluminó la bombilla a Nacho y pensó que meterlas en un contenedor de basura y llevarlo rodando por la orilla del río para no levantar las sospechas de los “keufs” (equivalente gabacho de pasma) era una solución digna de un Nobel. Pues después de una botella de pastis era mucho más que eso, así que nos pusimos a la tarea. Entonces todo fue como un videojuego de estrategia. En la plaza había un yonki, al cual sobornamos con un cigarro, que fue recuperado por cierto después por otro alegre yonki que ofrecía cigarros a la gente. También estaba la policía, por lo que esperamos media hora hasta que marcharon. Y también había que encontrar un contenedor vacío. Después nos aguardaba un bonito viaje arrastrando el susodicho por la orilla del río hasta el siguiente puente. Allí uno se destacó para vigilar que el paso de cebra estuviese vacío de gente y coches. La gente que nos encontrábamos por el camino flipaba, pero cómo te sentirías tú si ves a tres fulanos arrastrando dos neveras en un contenedor y otra haciendo fotos? Pues eso.
El último escollo fue el segurata de la discoteca Ramier (donde fuimos al día siguiente) que nos pregutó que de donde era el contenedor, en vez de decir que qué coño estábamos haciendo, algo más lógico. Por cierto, el segurata se hizo amigo nuestro al día siguiente, muy majo él.
Al final eran las 4 de la mañana y yo tenía clase a las 8, pero claro, no me iba a volver a casa a esas horas, así que me apañé en la habitación de Nacho con un colchón que también encontramos en la basura (mucho mejor que el mío). El resultado está en un álbum de fotos que difícilmente olvidaremos ninguno de los cuatro.

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